LÁGRIMAS:
Todos, todos, todos tenemos momentos de sufrimientos… ya
desde el instante de nuestro nacimiento nos dan alguna nalgada para que por el
grito de dolor reaccionemos.
Las lágrimas son una reacción común ante los sufrimientos
que se nos presentan y eso no lo podemos rechazar, negar o ignorar.
Uno de los aspectos por los cuales nos tenemos que preguntar
es ¿Qué es lo que nos hace sufrir?
Existen muchos tipos de sufrimientos… una enfermedad ya sea
para nosotros o nuestros seres queridos, un accidente de auto o de otro tipo,
una decepción o desaire, el rompimiento de una amistad o de un noviazgo,
problemas económicos, un fracaso laboral o personal, constatar problemas en nuestra
familia o con los amigos… pero… ¡No todos los sufrimientos son graves! O al
menos creo que es muy importante aprender a distinguir la diferencia entre “un
sufrimiento grave” y otro “sin importancia” Ya lo decía Santo Tomás Moro quien
moriría mártir por ser coherente en su fe en el siglo XVI “Dichosos los que
saben distinguir una montaña de un guijarro, porque se evitarán muchos
tropiezos”.
En mi experiencia cuando experimento “algún sufrimiento”
trato de darme un tiempo para pensar, rezar y comparar lo que experimento. No
es que quiera ignorar mis sufrimientos, sencillamente creo que es muy
importante darme la oportunidad de detenerme y analizar. Normalmente lo comparo
con algunas “desgracias graves e irremediables” como puede ser la muerte de un
ser querido, una enfermedad incurable o terminal, una accidente mortal o que
deja discapacitada a una persona…
También lo comparo con el nivel de sufrimiento que en mi
vida de sacerdote he visto como la reacción de unos padres ante la muerte de un
hijo, la muerte de un cónyuge…
Cómo católico que soy viene a mi mente el dolor de
Jesucristo en la cruz que llegó a gritar ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has
abandonado?
Y me resulta más que natural que darme cuenta que si bien
estoy experimentando un dolor, un sufrimiento… puedo ofrecerlos a Dios en ese
instante y no detenerme como Jesús me enseñó, pues pocos instantes después de
su grito y estoy convencido que no había dejado de sufrir dio el siguiente paso
en su corazón, confiando nuevamente en el Padre Celestial y lo expresó diciendo
“Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” y estas serían sus últimas palabras
antes de su muerte.
¡No detenerme demasiado en el dolor! Analizarlo para dame
cuenta que generalmente no es demasiado grave. Ofrecerlo a Dios y ¡seguir adelante!
Por ello si bien “alguna cebolla me arranca
irremediablemente alguna lágrima” y eso es normal… Ciertamente no serán
demasiadas las lágrimas derramadas y mucho menos se quedarán en mi memoria
“aquellas cebollas que no valen la pena” Ja, ja, ja… ¿No te parece?
¡Que el Señor te conceda un día lleno de sus bendiciones!
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