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​Dolores Hart, la mujer que prefirió a Dios antes que a Elvis

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La primera mujer que besó a Elvis Presley en la pantalla es hoy priora de la abadía Regina Laudis, en Connecticut
“Nunca he tenido la impresión de salir de Hollywood, nunca he tenido la impresión de dejar lo que se me había dado. La abadía era como una gracia de Dios, que entró en mi vida de manera totalmente inesperada… Dios era más grande que Elvis”, explica la madre Dolores en la película documental que recorre su vida.

La llamada de Dios se presentó como una evidencia para quien se hizo católica a los 10 años de edad, una decisión muy sorprendente porque su familia nunca lo fue.

Nacida con el nombre de Dolores Hicks en 1938, fue la única hija de los actores Bert y Harriet Hicks, que se divorciaron cuando ella tenía sólo 3 años.

Desde entonces, creció en la inestabilidad: vivía una parte del año en Chicago con sus abuelos, que la enviaron a la escuela católica San Gregorio –sencillamente porque era la escuela más cercana- y después pasaba sus vacaciones con su madre, que trabajaba en el cine en Beverly Hills, en California.

Juan XXIII a Dolores: ¡Tú eres Clara de Asís!

Prosiguió sus estudios en el Marymount College, otra entidad católica de la región. En esta ocasión, la futura estrella descubrió su pasión por la interpretación, que la condujo, además de por su belleza, a ser seleccionada para actuar con Elvis Presley en la famosa película Loving You, lanzada en 1957.

Desde entonces su carrera fue adelante: un año más tarde reapareció al lado de Elvis en King Creole, un gran éxito de taquilla. Poco después actuó en Broadway (donde recibió una recompensa) y después en Donde hay chicos hay chicas en 1960, antes de encarnar a Clara en una película sobre san Francisco de Asís con Bradford Dillman en el papel principal.

En esa ocasión, el encuentro de la actriz con el papa Juan XXIII fue un elemento desencadenante: cuando se le presentó como Dolores Hart, la actriz que interpretó a Clara, el papa le respondió: “¡No, tú eres Clara!”.

Todavía hoy, la madre Dolores guarda un recuerdo imborrable de ese encuentro, que de hecho no es ajeno a su vocación.

De Hollywood a la Abadía de Regina Laudis

La joven, que se había convertido en una de las estrellas emergentes de Hollywood, rodó todavía cuatro películas, hasta la comedia Come Fly With Me, en 1963, junto a Hugh O’Brian.

Dolores se preparaba para casarse con Don Robinson, un brillante arquitecto, cuando les pidió a las hermanas de la Abadía de Regina Laudis –a la que iba regularmente para escapar del torbellino, a veces duro, del éxito- entrar en su comunidad.

Fue así como a los 24 años, en la cumbre de su gloria, Dolores Hart escogió abandonar los focos de las cámaras para iniciar una vida de clausura junto a las hermanas benedictinas.

La decisión no gustó a todo el mundo, empezando por sus productores de Hollywood, furiosos pero igualmente amigos de la ex actriz.

“Incluso mi mejor amigo, el padre Doody, que era sacerdote, me dijo: Estás loca. Es locura pura hacer eso”, recuerda cincuenta años después de su entrada al convento.

A pesar de estos movidos inicios y un tiempo de adaptación que describe como largo y difícil, afirma que no se arrepiente en absoluto de su elección.

Su novio, al que dejó para unirse a la orden benedictina, fue uno de los pocos que comprendió la llamada que había recibido, y permaneció como amigo fiel hasta su muerte en 2011.

La madre Dolores se convirtió en priora de la abadía en 2001. Actualmente es miembro del jurado de los Óscar de la Academia de las Artes y de las Ciencias del Cine, en el que es la única religiosa.

Una de sus misiones consiste en ver los DVD de películas nominadas, que la Academia envía a su oficina. En 2012, la religiosa hizo una aparición especial en la ceremonia de los Óscar, para la presentación de la película documental sobre la historia de su vocación, titulada Dios es más grande que Elvis.


​Dolores Hart, la mujer que prefirió a Dios antes que a Elvis

Autor : Netzahualcoyotl. H. Xochitiotzin Ortega
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ENLACE AL PROGRAMA número 17
Correspondientes Al viernes 14 de julio de 2017


LECTURAS DE LA BIBLIA


LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN

LA PELÍCULA QUE RECOMENDAMOS  “Molokay, la isla maldita”

Fantástica película sobre la vida de San Damián de Molokai, sacerdote y misionero belga que en el siglo XIX fue a salvar las almas de los leprosos de las Islas de Hawai que eran confinados en la isla de Molokai. Esta isla fue llamada la Isla Maldita hasta que él llegó y consiguió traer la paz y la prosperidad al lugar. ¿Cómo? Llevando a Cristo.n sacerdote sencillo y anciano es difamado es investigado, quien lo investiga descubre toda una increíble historia de un gran corazón en las misiones en oriente. Muere infectado por la lepra ofreciendo su vida por sus hermanos.


NOTICIAS:


¡PARA MAYOR GLORIA DE DIOS!


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Autor : Netzahualcoyotl. H. Xochitiotzin Ortega
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SOY FEO, PERO FELIZ

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¿Porqué hacer depender nuestra felicidad por aquello que está fuera de nosotros?

SOY FEO, PERO FELIZ

Autor : Netzahualcoyotl. H. Xochitiotzin Ortega
Fecha :

ENLACES DE LOS PROGRAMAS números 15 y 16

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ENLACES DE LOS PROGRAMAS números 15 y 16
Correspondientes a los viernes 30 de junio y 7 de julio de 2017


LECTURAS DE LA BIBLIA

LIBRO QUE RECOMENDAMOS: “5 PANES Y DOS PECES”
Testimonio autobiográfico de un cardenal encarcelado por 13 años en Vietnam por odio a la fe que afronta de manera extraordinaria el sufrimiento llevado por su fe que traducirá en amor y esperanza.


LA EUCARISTÍA EN LOS PRIMEROS SIGLOS

¿CÓMO SE ELIGE UN OBISPO?


LA PELÍCULA QUE RECOMENDAMOS 15 “Las llaves del reino”
Un sacerdote sencillo y anciano es difamado es investigado, quien lo investiga descubre toda una increíble historia de un gran corazón en las misiones en oriente.

LA PELÍCULA QUE RECOMENDAMOS  16 “ Escarlata y Negro”
Caso de la vida real donde un monseñor del Vaticano arriesga su vida en la 2ª guerra mundial para salvar gente perseguida por los nazis




NOTICIAS:


¡PARA MAYOR GLORIA DE DIOS!


ENLACES DE LOS PROGRAMAS números 15 y 16

Autor : Netzahualcoyotl. H. Xochitiotzin Ortega
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SUFRIR ¿ABSURDO SIN SENTIDO?

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El SUFRIMIENTO ¿absurdo sin sentido?



Todos -desde nuestro nacimiento- sufrimos ¿Acaso el nacimiento no es el sufrimiento que se afronta al salir del vientre de nuestra mamá a un mundo diferente? cada paso significativo lleva consigo un sufrimiento... cuando ingresamos o cambiamos de escuela, cuando afrontamos un compromiso, cuando nos llegan imprevistos, accidentes o hasta tragedias ¡nadie está libre de sufrir! borrar el sufrimiento es una mentira.

Aprender a sufrir con un sentido es otra cosa, descubrir el sufrimiento como un entrenamiento para mejorar es otra cosa, al tener fe creer que ese sufrimiento tendrá un porqué aunque no lo sintamos así, no lo veamos o hasta sea una injusticia o un absurdo...

Quien sufre sin saber sufrir multiplica su sufrimiento

Quien sufre y no da el paso de seguir adelante solamente se autotortura

Quien solamente piensa en su propio sufrimiento se convierte en egoísta y se hunde.
Quién no abre su corazón al sufrimiento ajeno se convierte en ciego.

Aquél que sufrió más por amor es Jesucristo en la cruz, ofreció su vida en el sufrimiento supremo hasta llegar al "absurdo" de experimentar el rompimiento con el Padre "Dios mío, Dios mío porqué me has abandonado" pero inmediatamente aún en medio de ese absurdo de amor no se detuvo y dijo "en tus manos encomiendo mi espíritu"

¿Quién es el que ha sido más abandonado? ÉL

¿Quién es el más incomprendido? ÉL

¿Quién es el más desolado? ÉL

¿Quién se ha sentido el más inútil? ÉL

No existe ningún tipo de sufrimiento donde Jesús no se vea reflejado... Por Jesús y en Jesús unimos nuestro sufrimiento al suyo, nuestro sufrimiento se transforma y nos llena de su presencia...
Nuestro sufrimiento ofrecido a Dios se convierte en oración...

Enseñemos a nuestros niños a ofrecer sus dolores a Dios, a no detenerse en sus conflictos, en abrir sus pequeños corazones al sufrimiento extremos de los demás, a no encerrarse en sus dificultades...
¡Que el Señor te bendiga abundantemente! 

SUFRIR ¿ABSURDO SIN SENTIDO?

Autor : Netzahualcoyotl. H. Xochitiotzin Ortega
Fecha :

ENCUENTRO DR. PIERO CODA ENLACES A VÍDEOS Y TEXTOS

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Un encuentro eclesial muy especial


Muy apreciados hermanos.

¡Dios ha sido grande con nosotros y estamos alegres!
El jueves 29 de junio hemos tenido una jornada llena de las bendiciones de Dios, fue realizada la jornada eclesial promovida por el Movimiento de los Focolares titulada “el rostro de Dios comunión” donde participaron: Laicos, religiosas, religiosos, focolarinos, focolarinas, internos de la Obra de los focolares y sacerdotes de toda la zona “México–Centro América” fuimos aproximadamente 120 personas los asistentes. El encuentro se realizó en el auditorio de la Universidad Pontificia de México –en Ciudad de México-
El doctor Piero Coda iluminó la jornada con sus dos conferencias: El Papa Francisco: Cuatro puntos para una Iglesia en Salida” y “Chiara Lubich: una mística del nosotros para vivir el cambio” y sus dos sesiones de preguntas y respuestas, realizadas en español, a todos los participantes y se realizó una transmisión en vivo a través de la página oficial de la Universidad y ahora se encuentran en su Canal de Youtube, al final comparto los enlaces de sus intervenciones que se encuentran establemente en Youtube.
El rector de la Universidad Pontificia de México –Gran amigo de Mons. Piero Coda, pues los dos trabajan el mismo grupo de la Comisión Teológica Internacional- presidió la Eucaristía y comentaba a al Dr. Piero Coda que hubiese deseado su presencia cuando se encuentra el alumnado, pues le decía que entonces estarían al alcance del encuentro los mil alumnos de este centro académico.
El ambiente que reinó en el encuentro fue de una atención profunda y de confianza fraterna que también se ve reflejado en las impresiones que compartieron los participantes.
Al final Piero Coda nos invitó a iniciar células de vida discipular y de misioneros a la luz de la espiritualidad de la Unidad.
Estas fueron algunas de las impresiones del encuentro:
“Algo formidable, interesante, claro, concreto para llevar a la práctica que nos da una gran responsabilidad”.
“Ha sido un regalo de Dios para su Pueblo, un despertar a los desafíos que hoy nos pide nuestros tiempos para una evangelización más abierta y a partir de nuestra realidad y llegar a una conversión en comunión con los demás para acrecentar el Pueblo de Dios”
“Muy buena experiencia, muy buena comunión, excelentes las ponencias, la amabilidad del teólogo, la generosidad de las preguntas, muy llamativa su espiritualidad”


Estos son los enlaces de las ponencias y las sesiones de preguntas y respuestas:

Ponencias EN TEXTO en mi página de internet:









ENCUENTRO DR. PIERO CODA ENLACES A VÍDEOS Y TEXTOS

Autor : Netzahualcoyotl. H. Xochitiotzin Ortega
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TEXTO Conferencia Magistral Dr. Piero Coda. Chiara Lubich: una “mística del nosotros” para vivir el cambio

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Chiara Lubich: una “mística del nosotros”para vivir el cambio.


 Conferencia Magistral. Mons. Piero Coda.
Universidad Pontificia de México.
29 de Junio 2017

1. La Iglesia está llamada a vivir hoy «una nueva etapa de la evangelización» que tenga como centro vivo una «mística del nosotros», expresión de la Iglesia Pueblo de Dios y comunión del Concilio Vaticano II.
El Papa Francisco, a partir de la Evangelii Gaudium, propone con fuerza este compromiso elevado y generoso en el cual deben converger todas las expresiones y energías del Pueblo de Dios.
Y la Carta Iuvenescit Ecclesia de la Congregación para la Doctrina de la Fe del pasado año, dirigida a los Obispos de la Iglesia Católica, remarca que en esta tarea «es más necesario que nunca reconocer y apreciar los muchos carismas que pueden despertar y alimentar la vida de fe del Pueblo de Dios» (n. 1).
El padre jesuita Juan Carlos Scannone ha remarcado, en particular, las nuevas pistas que se han abierto a partir de la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich.

«Para ésta – escribe, relacionando estas pistas con la espiritualidad de Santa Teresa y San Juan de la Cruz – (…) la celda juanina es el otro – y no la de un convento –, y la figura de “Jesús en medio” ayuda a comprender la comunidad eclesial y la de los focolares como comunidades en cuanto tales. Todos esos elementos podrán ayudarnos para iluminar los planteamientos del Papa Francisco cuando trata de la mística popular no como individual sino como comunitaria, sin dejar de ser personalísima».

En esta perspectiva, quisiera tratar de decir algo sobre la “mística del nosotros” que el carisma de Chiara Lubich ofrece a la Iglesia y al mundo hodierno, encuadrando el discurso en el marco de la visión eclesiológica contenida en la Iuvenescit Ecclesia.

2. Este documento nos ayuda a evidenciar en la conciencia y a implementar en la práctica de la vida cristiana aquel principio fundamental que el magisterio pontificio ha formulado siguiendo la línea del Vaticano II: «la co-esencialidad entre los dones jerárquicos y carismáticos» (cfr. n. 10).
La fórmula, nueva a nivel lingüístico, no lo es desde el punto de vista doctrinal: está debidamente fundada en las enseñanzas de la Lumen Gentium en los nn. 4 y 12 a propósito de la coexistencia en la vida y en la misión de la Iglesia de los dones del Espíritu Santo referidos al ministerio ordenado y de los dones libremente distribuidos por el Espíritu Santo en todo el Pueblo de Dios.
Dicha fórmula adquiere una relevancia renovada en relación al ministerio del Papa Francisco. Por un lado él llama al Pueblo de Dios a asumir responsablemente la forma sinodal de su identidad y de su misión, remarcando el significado del sensus fidei del que son investidos todos los bautizados.
Por el otro lado, él relanza el significado y el rol de la vida consagrada en la misión de la Iglesia, sea proclamando un año dedicado específicamente a ella, sea promoviendo la revisión del documento Mutuae relationes entre los obispos y los institutos de vida consagrada.
Es significativo que la Carta Iuvenescit Ecclesia haya sido promulgada en esta etapa de la “nueva evangelización”. Fundándose en un preciso reconocimiento bíblico de la temática de los carismas, en la eclesiología delineada por el Vaticano II, en la reflexión del magisterio pontificio postconciliar sobre las nuevas realidades eclesiales, el documento llega a delinear el cuadro teológico de referencia de la relación de los “dones jerárquicos” y de los “dones carismáticos” en cuanto tiene el mismo origen (el Espíritu de Cristo) y el mismo fin (el crecimiento y la comunicación del don de Dios a la humanidad en Cristo Jesús).
La cuestión de peso es que, al hacer eso, el documento reconoce con autoridad la adquisición de un peculiar momento en la maduración de la autoconciencia católica: el hecho que la entera vida y misión de la Iglesia es animada y promovida por obra del Espíritu Santo que hace presente a cada tiempo y a cada lugar el evento de Jesucristo a través de la sinergia, justamente, de los «dones jerárquicos» y de los «dones carismáticos».
Todo ello distingue desde el principio la experiencia de la Iglesia, pero «sólo recientemente se ha desarrollado una reflexión sistemática sobre ellos (los carismas)» (n. 9). Es así que hoy se puede afirmar que no sólo «los dones jerárquicos» sino también «los carismas auténticos deben ser considerados como dones de importancia irrenunciable para la vida y para la misión de la Iglesia» (n. 9). «Aunque estos últimos, como tales, no sean garantizados para siempre en sus formas históricas, la dimensión carismática nunca puede faltar en la vida y misión de la Iglesia» (n. 13).
En una magistral disertación presentada en el Congreso de los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades del 1998, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger, remarcaba que en la historia de la Iglesia se constata la existencia de la «permanente forma fundamental de la vida eclesial en la que se expresa la continuidad de los ordenamientos históricos de la Iglesia. Y se tienen siempre nuevas irrupciones del Espíritu Santo, que vuelven siempre viva y nueva la estructura de la Iglesia»[1].
Y seguidamente precisaba que se trataba de aquellas «oleadas de nuevos movimientos, que revalorizan continuamente el aspecto universal de la misión apostólica y la radicalidad el Evangelio, y que, por esto mismo, sirven para asegurar vitalidad y verdad espirituales a las iglesias locales».
Es ésta la experiencia vivida por la Iglesia a lo largo de los siglos: a medida que los dones carismáticos fruto de la imprevisibilidad y de la gratuidad de la irrupción del Espíritu Santo se han ido injertando en el tejido vivo de la Iglesia, a nivel universal y a nivel local, obedeciendo al discernimiento y a la guía de los Pastores.
Como evidencia la Iuvenescit Ecclesia, el Vaticano II no sólo remarca la multiforme y convergente acción del único Espíritu del Señor resucitado como principio y alma de los dones sea jerárquicos que carismáticos (cfr. Lumen Gentium, 4 y 12), sino que presenta a la Iglesia como evento de comunión en el cual todos los bautizados, cada uno por su parte y según su propio y específico estado de vida, participan activamente a la edificación del único Cuerpo en virtud de los dones del Espíritu.
Es más, el misterio de la comunión – como participación en la gracia a la vida de la Santísima Trinidad – se propone como el signo y el instrumento de la misión de la Iglesia en la historia (cfr. Lumen Gentium, 1). ¿No ha dicho Jesús: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35)? ¿Y no ha rogado él al padre «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17,21)?
La eclesiología del Pueblo de Dios y de la comunión, entonces, llama a dar un salto de calidad en la autoconciencia y en la configuración de la vida de la Iglesia. No se trata solo de conceder, bajo la guía de los Pastores, el aporte de las realidades carismáticas a la vida y a la misión de la Iglesia una por una.
Se trata de mantener en círculo los dones y de participar todos juntos en cuanto Pueblo de Dios – Pastores, consagrados y laicos, singularmente y asociados – al discernimiento de los caminos pastorales más aptos para el servicio del anuncio y del testimonio del Evangelio.
A tal fin – remarca el Papa Francisco – es crucial activar una conciencia y una práctica sinodal, en cuyo contexto, cada uno por su parte y con su rol específico, los dones jerárquicos y los dones carismáticos puedan mejor expresar su distinto y cooperante aporte.

3. ¿Cómo presentar el don que puede ofrecer el carisma de la unidad de Chiara Lubich en este marco?
Los caminos podrían ser muchos. Me dejo guiar de la sugestión del P. Scannone para intentar ilustrar lo específico de la “mística del nosotros” que constituye el núcleo del carisma de Chiara.
Lo hago sin proponerles una síntesis, que me parece siempre demasiado abstracta y lejana de la frescura del mensaje original. Prefiero leer con ustedes un texto en el cual, ya en 1949, vienen delineados los elementos decisivos de esta “mística del nosotros”.
Leo una página entera, después comento algunos puntos. Me detengo así en la dimensión de la “conversión de la mirada” que esta “mística del nosotros” obra en el corazón y en la mente. De ella se derivan una serie de comportamientos prácticos y sociales que dan relevancia al cambio al que somos llamados. Pero, repito – también conforme a las palabras del Papa Francisco – la cosa fundamental a partir de la cual todo parte es la conversión del corazón y de la mirada.
Estamos en 1949, a pocos años del fin de la segunda guerra mundial. Un mundo nuevo debe nacer de las ruinas. Chiara Lubich ha vivido, en las montañas del Trentino, en el norte de Italia, un verano de contemplación intensa en el cual ha experimentado, con sus primeras compañeras, la vida del Cielo, aquella de la Santísima Trinidad. Ahora advierte en el corazón, de parte de Jesús, la invitación: «así en la tierra como en el cielo». ¿Pero cómo vivir en la tierra la vida del Cielo? ¿Cuál es el camino?
Esto escribe:

«Los fieles que aspiran a la perfección normalmente tratan de unirse a Dios presente en su corazón.
Están como en un gran jardín florido y miran y admiran una sola flor. La miran con amor en sus detalles y en su conjunto, pero no suelen mirar tanto las otras flores.
Dios – por la espiritualidad comunitaria que nos ha donado – nos pide que miremos todas las flores porque en todas está Él, y de este modo, observándolas a todas, lo amamos más a Él que a cada una de las flores.
Dios que está en , que ha plasmado mi alma, que habita la Trinidad, está también en el corazón de los hermanos.
Por eso, no basta que yo los ame solo en mí. Si actúo así mi amor tiene todavía algo de personal y, dada la espiritualidad colectiva que he sido llamada a vivir, de egoísta: amo a Dios en mí y no a Dios en Dios, cuando la perfección es ésta: Dios en Dios.
De modo que mi celda, como dicen las almas íntimas de Dios, y mi Cielo, como decimos nosotros, está en mí, y como en mí, en el alma de mis hermanos. Y así como lo amo en mí, recogiéndome en mi propio Cielo – cuando estoy sola –, Lo amo en el hermano cuando está junto a mí-
Y entonces no amo solo el silencio, sino también la palabra, es decir la comunicación del Dios en mí con el Dios en el hermano. Y si los dos Cielos se encuentran, allí hay una sola Trinidad, donde los dos cielos están como Padre e Hijo y entre ellos está el Espíritu Santo.
Así pues, es necesario recogerse siempre, también en presencia del hermano, pero no evitando a la criatura, sino más bien acogiéndola en el proprio Cielo y recogiéndose uno mismo en su Cielo.
Y ya que esta Trinidad habita en los cuerpos humanos, ahí está Jesús: el Hombre-Dios.
Y entre los dos se da la unidad, donde somos uno, pero no estamos solos. Y ese es el milagro de la Trinidad y la belleza de Dios, que no está solo porque es Amor. (…)
Tenemos que dar la vida continuamente a esas células vivas del Cuerpo místico de Cristo – que son los hermanos unidos en su nombre – para reavivar el Cuerpo entero. (…)
Pero es necesario perder al Dios dentro de sí mismo por el Dios en los hermanos. Y esto lo hace quien conoce y ama a Jesús crucificado y abandonado.
Y cuando el árbol haya florecido – cuando el Cuerpo Místico esté completamente vivificado – reflejará la semilla de donde nació. Será todo uno, porque todas las flores serán un todo entre ellas como cada una es un todo consigo misma.
Cristo es la semilla. El Cuerpo Místico es la copa.
Cristo es el Padre del árbol: nunca ha sido tan verdaderamente Padre como en el abandono donde nos engendró como hijos suyos; en el abandono donde se anula a sí mismo, pero permaneciendo: Dios.
El Padre es la raíz del Hijo. El Hijo es la semilla de los hermanos.
Y fue también la Desolada quien, como corredentora, en el tácito consentimiento de ser Madre de otros hijos, arrojó esa semilla en el Cielo y el árbol floreció y florece continuamente en la tierra»[2].

En esta página, densa y poética, se evidencia que en la mística inspirada por medio de la Revelación del Dios trinitario cada persona (cada flor) vive en relación con Dios presente en la propia interioridad como Trinidad. 
Ahora bien, la mística trinitaria que el Espíritu Santo quiere para nuestro tiempo, como desarrollo de la anterior y como respuesta a los “signos de los tiempos”, invita a dar todavía un paso más: invita a «mirar todas las flores», porque en todos y entre todos habita la Trinidad.

4. Ello implica una conversión, de la mirada y de la práctica. La misma se explica, rápidamente, a través de cinco pasos.
a) Ante todo, hace falta partir desde un cambio de mirada: Dios Trinidad, como habita en mí, habita también en el corazón de los hermanos.
Viene así descripta, con palabras simples pero de profundo alcance, la consecuencia no solo antropológica sino también social que brota de la Revelación de Dios Trinidad.
Si, de hecho, Dios es Trinidad, es entonces, el Uno y su Otro juntos, en Comunión, porque Padre, Hijo y Espíritu Santo son cada uno Dios, en comunión de amor el Uno con los Otros; si Jesús ha venido a traer a la tierra esta vida («así en la tierra como en el cielo»), por lo cual debo amar al otro como a mí mismo, y debemos amarnos recíprocamente como Jesús nos ha amado; entonces, cada uno de nosotros está llamado a mirar no solo a Dios en sí mismo, sino – al mismo tiempo y del mismo modo – a Dios en el otro.
Se trata, entonces, de «transportarse» «al Dios en el hermano». No al Dios del hermano sino al Dios en el hermano: es menester aclarar que la relación al otro es vivida en Dios. Dios no es ni del hermano ni mío: pero nosotros somos en Él y de Él.

b) La consecuencia que emerge – segundo paso – es que estoy llamado a amar no solo el silencio sino también la palabra, o sea la comunicación de Dios en mí con Dios en el otro.
Se realiza enteramente (es la teléiosis, el cumplimiento del amor del que habla 1Jn), la dinámica puesta en movimiento por la Gracia. Dios es Abbá: comunicación de sí mismo al Otro de sí mismo, el Hijo, Jesús, y viceversa, en el Espíritu Santo. Así también nosotros, en Jesús, estamos llamados a comunicar en el Espíritu Santo la vida de Dios en nosotros y entre nosotros a todos.
La comunicación, de lo que se es y de lo que se tiene, es la ley de la vida de Dios y de la vida del hombre. La fórmula trinitaria de la existencia es: “yo soy (mí mismo) porque tú eres” y entonces “yo soy para que tú seas”, es decir “para que tú puedas llegar a ser tú mismo”.
Es un paso decisivo: «El cristiano que falta a sus obligaciones temporales – escribe el Vaticano II –, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación» (Gaudium et spes, n. 43). Esto es válido para cada uno individualmente, pero también es válido para los grupos sociales y las naciones.

c) Esta Trinidad – se evidencia en el tercer paso – vive in corpori umani, o sea en nosotros, sobre la tierra.
No hay sociabilidad humana sin corporeidad.
La relación hombre-mujer (en el sentido dado desde la página inicial del libro del Génesis) encarna, en forma paradigmática, este decisivo principio antropológico: la diversidad vive en la unidad, no solo manteniendo, sino también exaltando el valor de su diversidad encarnada y cultural.
La “carne”, por lo tanto, no va pisoteada o eliminada.
Esa carne, si puede tener un significado negativo (cuando se encierra en sí misma y se absolutiza), tiene antes que nada – en la lógica de la creación y de la redención – un significado positivo: es el “sacramento” a través de cual y por gracia del cual uno comunica sí mismo al otro.
¿No es por esto que el Verbo de Dios «se hizo carne» (Jn 1,14) y nos invita a «comer de su carne» para tener la vida por medio (dià) de Él como Él vive por medio del Padre (cfr. Jn 6,57)?
No se trata solamente de una mística del yo que se encuentra en Dios, y de Dios que habita en el yo. Es la «mística del nosotros» - como dice el Papa Francisco –, mística que pasa a través de la carne y que incluye al hermano. Es “mística de Dios en Dios”, escribe Chiara Lubich.
El espesor teológico de la experiencia es directamente proporcional a su espesor antropológico y cultural.

d) Y he aquí – cuarto paso – el “método”, o sea la “la vía y la llave”, para realizar esta comunicación (de Dios a Dios en Dios, de mí mismo al otro en Dios): perder, o sea donar totalmente, el Dios en sí por el Dios en el hermano.
Chiara Lubich, sintéticamente, da un nombre y un rostro a esta “vía” ya intuida por Francisco de Asís y por Juan de la Cruz: Jesús Abandonado. Es Jesús que, para reabrir y llevar a cabo la comunicación entre Dios/Abbá y los hombres, y entre hermano y hermano, se vacía de todo, también de Dios en sí – por amor.
Él no es solo el modelo que hay que seguir, sino también el “camino viviente” (cfr. Heb 10,20) que hay que vivir: vivir de Él para vivir como Él, para que Él viva en nosotros. Y para que así el amor de Dios pase a través de nosotros.
En concreto, ello significa que hace falta saber arriesgar, perder las propias seguridades para abrirse al encuentro con el otro, con los otros, y a la novedad que emana de esta relación y de este diálogo. Es, a fin de cuentas, la cultura del encuentro de la que habla el Papa Francisco.

e) De aquí, finalmente – último paso – la invitación a proyectar la mirada en lo alto, en lo profundo, hacia adelante.
El Cuerpo místico del que habla Chiara, con el lenguaje de la encíclica Mystici Corporis de Pío XII (estamos en 1949), es la Iglesia y es la Humanidad, o sea Cristo hombre universal.
El Hijo de Dios, de hecho, – explica, en el Vaticano II, la Gaudium et spes (n. 22) – haciéndose hombre, en cierto modo se ha unido a cada hombre. He aquí entonces la imagen del árbol uno con el que se concluye la página:
- El Padre es la raíz: no se ve, está escondido, pero desde abajo y desde adentro comunica todo de sí, comunica a todos la linfa de su vida.
- El Hijo hecho carne es el tronco de la humanidad nueva y una, con sus múltiples y distintas ramas.
- Y el Espíritu Santo, de tiempo en tiempo, poniendo en relación de amor a las ramas, produce la copa florida.
Pero es necesario que alguien haga de “partera” en este nacimiento y florecimiento de la humanidad nueva y una: he aquí María, figura de la comunidad eclesial en su rol también social y político, que debe participar activamente en la gestación de nuevas relaciones sociales informadas del amor de Dios.
¿Cómo no pensar en la Virgen de Guadalupe?
La gestación es siempre una cuestión “materna”. Hace falta dar forma a la capacidad de gestar y no simplemente de gestionar la vida eclesial y social: por lo tanto generar relaciones verdaderas y justas, para así luego poder ordenarlas en las complejas modalidades que exige el obrar político, económico, etc.


5. Tratemos en conclusión de delinear algunos comportamientos existenciales que califican esta “mística del nosotros”: la gratuidad, el hacerse el otro, el abandono de sí mismo, la pericóresis.

a) La gratuidad, ante todo. Es éste el íncipit siempre nuevo y el motor de la comunión trinitaria que hay que vivir en la Iglesia y en la sociedad.
Y hay que hacerlo en las dos direcciones que la caridad evoca: la del gratitud, o sea del reconocimiento del don por el cual cada uno se recibe por quien es, y la de la gratuidad, o sea del compartir el don que se es y que se tiene con los otros.
 Sin gratuidad no se activa el ritmo trinitario de la existencia.
En el lenguaje de Jesús es la experiencia de un Dios que es Abbá: «nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). La experiencia que Jesús transmite en su Espíritu es la de saberse y sentirse conocido por el Abbá, en el amor, hasta en las más íntimas fibras vitales del propio ser: «ustedes tienen contados todos sus cabellos» (Lc 12,7).
El conocimiento que Jesús tiene del Padre es un conocimiento que agradece y responde, un ejercicio del conocimiento de sí mismo y de los otros, y del mundo desde adentro de la experiencia por la cual uno se sabe y se ve conocido por Dios en el amor.
La gratuidad como experiencia filial del agradecimiento es el soplo de la gratuidad como experiencia fraterna que anima la comunión trinitaria en la Iglesia y en el mundo. «Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente» (cfr. Mt. 10,8).

b) “El hacerse el otro”. Es el amar al prójimo “como a sí mismo”, comprendido y puesto en práctica a la luz de la Trinidad que informa las relaciones de comunión entre las personas.
Estoy llamado a amar al otro como a mí mismo, porque realmente, no por un simple modo de decir, el otro en Cristo es yo mismo, siendo distinto de mí mismo. Como sucede en la Santísima Trinidad entre las Personas divinas. Hacerme el otro significa acogerlo en el espacio de mi yo y hacerle el don total de mí mismo.
Antonio Rosmini, ya en el ‘800, hablaba de “inaltrarsi”, hacerse el otro, para describir la relación con el otro como el movimiento libre y profundo de acogida de sí mismo en el otro, que implica la entrega de sí mismo sin reservas.

c) El abandono de sí mismo. Es el don de sí mismo llevado hasta el extremo: que implica el distanciarse de sí mismo, el olvido de sí mismo, el perder la propia vida para encontrarla del que habla Jesús (cfr. Lc 9,24; Jn 12,25)
Es la kénosis de la que habla San Pablo en el himno de Filipenses 2. Significa: vaciamiento, desnudamiento. Es el modo de pensar y obrar de Jesús al que los discípulos son llamados a hacer proprio. Indica el hacerse pobre para enriquecer a los otros de la propia riqueza a través del gratuito intercambio (cfr. 2Cor 8,9).
La kénosis designa el acto libre de amor con el cual Cristo, en la encarnación y en el sufrimiento obediente hasta la muerte de cruz, “se vacía” de su ser como Dios: y ello porque «no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente» (Fil 2,8)
En el texto de Chiara Lubich este comportamiento adquiere el rostro de Jesús abandonado, de Jesús que sobre la cruz grita ¿“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”. Es a Él a quien hay que mirar, es a Él a quien hay que revivir para vivir en la “mística del nosotros”.

d) La pericóresis. Es el último comportamiento al que me referiré.
Esta extraordinaria palabra del léxico trinitario, hoy nuevamente en uso, dice la reciprocidad en acto, la dinámica vital y siempre nueva de la comunión: por la cual cada uno, viviendo en-Cristo, habita en cierto modo en cada otro y lo acoge en sí.
Hablar de pericóresis, a nivel antropológico, significa proponer un paradigma renovado y más evangélico de la interioridad.
La interioridad designa de hecho el lugar, dentro de la persona humana, en el cual el yo vive en relación con Dios, el “castillo interior” en el cual habita Jesús y por Él la Santísima Trinidad.
¿Pero una vez que Jesús viene a habitar donde dos o más están reunidos en su Nombre (cfr. Mt 18,20), esa no se convierte en aquella que el Papa Francisco llama “interioridad ensanchada”?
La describe así:

«Por lo tanto, cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios» (EG, n. 272).

Mística, entonces, sin duda: en cuanto se trata de experiencia personal de Dios. Pero de Dios allí donde Él, en Jesús, ha venido y viene aún. En la carne del otro y en la relación entre nosotros en Él.
A partir de aquí, una consecuencia formidable: «el realismo de la dimensión social del Evangelio» (EG n. 88). «Dios, en Cristo – remarca el Papa Francisco –

no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres»[3]. Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales: «El Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de una mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables». La evangelización procura cooperar también con esa acción liberadora del Espíritu. El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora» (EG n. 178).

La mística del Dios viviente, en Jesús, no arrebata el yo de la historia para abandonarlo en el indefinido sin rostro: sino que es la linfa que hace circular la sangre de Dios en la carne del mundo para iluminar el rostro de cada hermano, empezando desde quien es más pobre y descartado.

***
En una palabra, el paso definitivo que hay que dar para vivir la “mística del nosotros” es simple y decisivo: «aprender siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro» (EG n. 169)
Ese “otro” que, en el versículo bíblico al que aquí se hace referencia es Aquel que en seguida (cfr. Ex 3,14) revelará, custodiándolo en el misterio, su Nombre: para entregarlo, al final, en la plenitud de los tiempos, a la carne de Jesús y de los hermanos.
Porque en este Nombre todos podemos experimentar desde ahora mismo, en el “ya, pero todavía no” del tiempo, el hogar que a todos, junto a la creación, nos acoge por siempre.
¿No ha pedido Jesús al padre: «Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos (…) –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste» (Jn 17,6a.23)?

Piero Coda





[1] J. Ratzinger, I movimenti ecclesiali e la loro collocazione teologica, in Pontificium Consilium pro Laicis, I movimenti nella Chiesa. Atti del Congresso mondiale dei movimenti ecclesiali, [Roma 27-29 maggio 1998], Città del Vaticano 1999, rispettivamente pp. 25 e 39).
[2] C. Lubich, La doctrina espiritual. Mirar todas las flores (2005), pp. 68-70
[3] Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 52.

TEXTO Conferencia Magistral Dr. Piero Coda. Papa Francisco cuatro palabras para una Iglesia en salida

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Papa Francisco: cuatros palabras para una Iglesia “en salida”


Conferencia magistral. Mons. Piero Coda.
Universidad Pontificia de México.
29 de junio de 2016.

Como dijo Papa Francisco: «Hoy no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época. Las situaciones en las cuales vivimos hoy nos llevan hacia nuevos desafíos que para nosotros, a veces se muestran incluso difíciles de comprender. Este nuestro tiempo piden de vivir los problemas como desafíos y no como obstáculos: el Señor es activo y operante en el mundo» (Florencia, diez de noviembre 2015).
Por esto hay que acoger la mirada de la fe en el Dios «rico de misericordia» (Ef 2,4) que nos muestra su rostro en el Hijo suyo Jesús crucificado y resucitado.
Es el que hoy derrama sin medida el Espíritu de la paz, de la justicia, de la fraternidad en nuestros corazones y en el corazón de cada hombre.
Hay que acogerla, la mirada que el Señor Jesús nos comunica, hay que hacerla nuestra, hacer que se transforme en la mirada con la cual leemos nuestra existencia, la de los hermanos y la historia del mundo.
«La misericordia de Dios es su responsabilidad hacia nosotros», escribe el Papa Francisco (Misericordiae V n.9). De esta responsabilidad «de amor, que llega hasta el perdón y al don de si, la Iglesia se hace hoy sierva y mediadora entre los hombres» (Ibid., 12). También por medio de nosotros!

1. Papa Francisco y la ora de la Iglesia para el mundo
Es fundamental detenerse a meditar con atención, en espíritu de oración y de comunión con Jesús y entre nosotros, sobre el mensaje que el Espíritu Santo hoy envía a la Iglesia por medio del ministerio del Papa Francisco.
Por esto se nos pide un robusto ejercicio de discernimiento. El peligro, pues, es de empequeñecer la portada de este pontificado. Sea en el sentido – minoritario en verdad, y ajeno a nosotros – de considerarlo como un paréntesis de poner en archivo muy pronto; sea  – y es la tentación más sutil – de quedarse en la superficie de las cosas, de valorizar la capacidad de incidir y la toma de  un estilo y de una presencia, pero de no saber entender lo que realmente está en juego.
Que, yo pienso, sea esto. Después de cincuenta años del ultimo Concilio, hemos entrado en una nueva etapa del camino bis milenario de la Iglesia, en el cual el Vaticano II marca una etapa providencial.
Paolo VI (sexto) decía que (el Concilio Vaticano II) era tan importante como el Concilio de Nicea, otros han ido más lejos, hasta a llegar al, así dicho, Concilio de Jerusalén.
Esto significa que – en el Vaticano II como en Nicea y en Jerusalén – lo que estaba en juego eran, una vez más, la identidad y la misión del evento de Jesús Cristo, por medio de su Iglesia, en la historia del mundo: es decir el desplegarse en nuestro aquí y en nuestro ahora, del diseño de amor de Dios hacia la humanidad y la creación que, en el Señor Jesús, encuentra su centro vivo y escatológicamente decisivo.
Francisco – el primer Papa del post concilio que no participó al Vaticano II – no mira atrás, preguntándose sobre la dimensión de continuidad con la Tradición precedente que el Vaticano II manifiesta, sin duda, en su obra de reforma.
Él mira adelante: la recepción del Vaticano II es para él un hecho cumplido en la conciencia de la Iglesia, según la hermenéutica de la «reforma» es decir de la «renovación en la continuidad», que ha sido lanzada por Benedicto XVI (décimo sexto) en su primer saludo navideño a la Curia Romana, el 22 de diciembre 2005.[1]
En esta lógica, Papa Francisco vive el Concilio como un punto de llegada, cierto, del camino de renovación que en esto ha encontrado una palabra; pero sobre todo como un punto de partida y un trampolín para seguir en adelante.
Entonces, el desafío que Francisco pone a la Iglesia, porque lo siente en el más profundo de su corazón y de su mente y que brota de Dios, es de romper las dudas y de empezar el éxodo.
Es suficiente leer la Ecclesiam Suam del Papa Pablo VI para darse cuenta de cuanto quema esta urgencia, y también quedarse en la expresión «duc in altum» de Juan Pablo II, que pronunció al empezar el tercer milenio.[2]
Todo, en alguna manera, está incluido en la descripción clara del misterio de la Iglesia que encontramos en el Incipit de la Lumen Gentium: «La Iglesia es, en Cristo, como el sacramento o sea el signo y el instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano».
Esta descripción nos invita a mirar a la misión de la Iglesia con los ojos de Jesús, para con-formar a Él la Iglesia.
No es cuestión de la Iglesia como societas perfecta que toma sus parámetros de comprensión de una figura de sociedad históricamente definida una vez para siempre; no es simplemente una cuestión de relación entre el poder spiritual y el poder temporal, en la óptica del proyecto histórico de la cristiandad:  se trata de mirar a la Iglesia en la óptica del adviento del Reino de Dios entre los hombre, cual levadura y sal que hacen presente en la historia planetaria de la humanidad la fuente efusiva de la vida que no muere, la vida que nace solo de Dios y solo en Dios se cumple.
Todo, en la Iglesia, está a servicio de esto: la Palabra anunciada, los Sacramentos celebrados, los “dones jerárquicos” y los “dones carismáticos”, el compromiso social, cultural y político de los fieles laicos.
Se trata de ser “signo” (de unión con Dios y de unidad entre los hermanos): o sea, en todas las expresiones de la vida y de la misión de la Iglesia, a partir de la más pequeña hasta la más universal, de vivir experiencias creíbles, porque antropológicamente y socialmente significativas, de unión con Dios y de unidad entre los hermanos.
Se trata de volverse – mediante una acción de anuncio y de testimonio que sea irradiación coherente y fascinante de eso –, “instrumento” eficaz que desde adentro hace fermentar y da sabor de “vida eterna” en Dios a la vida del mundo.
La Iglesia, pues, «germen e inicio del Reino» – como enseña la Lumen Gentium –, la Iglesia que, reviviendo hoy Cristo en la luz y en la fuerza del Espíritu, existe y obra no por si, sino para el adviento del Reino de Dios.
Manteniendo encendido y alimentando el deseo de “cielos nuevos y tierra nueva” en Dios cual soplo de vida y de esperanza en el compromiso para la construcción histórica de la libertad, de la justicia y de la fraternidad entre las personas y los pueblos.
Y esto justo en el mundo de hoy: en el cual el terrorismo, las persecuciones, la injusticia social, la guerra, el hambre, la ideología tecnocrática y del beneficio, la crisis del medio ambiente desfiguran el rostro de la familia humana y de la casa común hasta el punto de poner en riesgo la existencia y el significado de la misma.
No es difícil intuir como sea justamente la “idea” de Iglesia y de su misión según el corazón de Jesús, que el Vaticano II ha puesto de manifiesto, la que late en lo sentimientos y en los pensamientos, en las venas – diría – de Papa Francisco.
“Según el corazón de Jesús”. No siempre se ha dado por sentado, y todavía no es así, que la Iglesia, en todo, exprese la forma y el estilo de Jesús.
Porque fue siempre sutil, y aún lo es, la tentación de pensar a la Iglesia, si, como heraldo del Evangelio pero, en cuanto institución humana, por necesidad obligada a buscar un acuerdo con la lógica del mundo (a nivel político, económico, cultural).
Así que, si el Evangelio no conoce acuerdos, la Iglesia – desafortunadamente, se termina por pensar que – es obligada a ceder algunos puntos… y no a motivo de la fragilidad del humano, sino a causa de la necesidad de las cosas, la Realpolitik, para tener siempre los pies en el suelo.
No es por casualidad que el Vaticano II, al n. 8 de la Lumen Gentium, identifica – sin confusión, pero sin separación – la forma Christi y la forma Ecclesiae, en la lógica de la relación entre el Esposo y la Esposa.
El Concilio lo dice tomando la lección de Francisco de Asís sobre la pobreza de Cristo como forma Ecclesiae.
Francisco: cuyo nombre – por primera vez – un Papa quiso hacer suyo. Un signo: lleno de significados e implicaciones.
Esto permite a Papa Francisco, en particular, de interceptar en su  significado crítico que hace época, un signo de los tiempos que anuncia el hacerse camino de una re-paginación completa de la situación mundial, y no solo a nivel geopolítico: las migraciones.
Es el “sexto continente en movimiento”, como se ha dicho. Las palabras y los gestos de Papa Francisco testimonian y proponen una mirada que sabe tomar el peso objetivo y el significado determinante en el tomar las decisiones que es necesario poner en acto, en sinergia a nivel político, económico, de protección de la casa común.
«Con los migrantes y refugiados – escribe el politólogo Pasquale Ferrara – camina la historia, se manifiestan los problemas no resueltos, las crisis, las contradicciones, las omisiones y la responsabilidad de la política internacional».[3]

2. Cuatros palabras para una Iglesia “en salida”
Esta “idea” de Iglesia y de su misión enseñada por el Vaticano II que Papa Francisco hace suya, significa en concreto tomar en clara evidencia y desarrollar con valor algunas directrices de renovación y de reforma.
Estas, en manera progresiva, no sin dificultad, se hayan poco a poco perfiladas en la autoconciencia eclesial de las últimas décadas por medio del Magisterio de los Papas y de la Conferencias Episcopales y han crecido como un sentir profundo en el camino del Pueblo de Dios.
Lo que hoy Papa Francisco está haciendo, al final, es de ponerlas juntas frente a nuestros ojos, con determinación profética, con persuasión comunicativa, con incidencia pastoral, como caminos por recorrer hasta el fondo.
Las quisiera resumir en cuatros palabras que recorren con frecuencia en el lenguaje de Papa Francisco y que iluminan sus gestos: misericordia, sinodalidad, pobreza, encuentro.

a) Misericordia. Es la primera palabra-clave que el Espíritu Santo nos dice por medio del ministerio del Papa Francisco: el primado de la «medicina de la misericordia», para decirlo con Papa Juan XXIII. Se trata – dice Papa Francisco – de un «proceso, desde años, en la Iglesia. Se puede ver que el Señor estaba pidiendo de despertar en la Iglesia esta actitud…La misericordia es el misterio de Dios».[4]
La misericordia, de hecho, toma desde la fuente misma del misterio de Dios Padre que se derrama en Jesús y en la efusión incesante del Espíritu Santo en la historia, y describe el realismo, la capacidad de incidir y la profecía de la visión cristiana del mundo.
Esa exprime la percepción vital y transformadora que el Evangelio es el amor de Dios para el hombre, para el hombre concreto, para el hombre como es y no come debería que ser según una teoría abstracta, para acompañarlo a volverse lo que es llamado a ser en el designio de Dios según la ley de la gradualidad.
La misericordia, por tanto, es el prisma desde donde mirar y dar testimonio de la verdad de alegría y de libertad del Evangelio. No significa poner entre paréntesis la verdad y la justicia, al contrario! Significa encontrar su centro y comunicar su esencia: el amor!
Esta, al momento justo, exige manifestar la belleza y la plenitud de la verdad: pero cuando esta verdad, aunque en su vertiginosa altura, puede ser acogida, deseada y asumida.
Eso es posible solo y siempre mediante la gracia de Dios que trabaja en el corazón de cada hombre.
El primado de la misericordia es ante todo un crisol de purificación para la vida de la Iglesia y para el discernimiento de los caminos de su misión. La Iglesia, de hecho, renace cada día inmaculada por el lavacro del bautismo y por el sacrificio de la Eucaristía, y transmite esta experiencia de gracia, por la cual es siempre recreada por el Espíritu del Señor resucitado, en las mil formas de su actuar en el amor al servicio del hombre: del perdón del pecado al cuidado de los que sufren y de los emarginados, del compromiso por la justicia a la promoción del bien común, hasta la caridad intelectual del pensamiento y de la cultura.
Aquí está la llave de la exhortación apostólica Amoris laetitia. No se trata de hacer descuentos sobre la verdad del llamado a la perfección evangélica, sino de “hacerse uno” con cada persona para abrir con el amor, desde el interior de cada situación, el camino que lleva a Dios según el propósito del apóstol Pablo: «Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para salvar a toda costa a algunos» (1 Cor 9,22).[5]
Papa Francisco habla de la Iglesia como «hospital de campo». Es una imagen que traduce el estilo de Jesús expresado en la parábola del Buen Samaritano que Pablo VI hace suya para expresar la intención del Vaticano II.
Estas sus palabras: «La antigua historia del samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad del Concilio (…) Ha reprobado los errores, sí, porque eso exige la caridad, no menos que la verdad, pero, para las personas, sólo advertencia, respeto y amor; en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza (…) toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades»[6].
Frente a las tragedias e a los enormes problemas que afligen a la humanidad de hoy, acaso no es la del «hospital de campo» una imagen elocuente para decir el corazón de madre de la Iglesia signo e instrumento, en Jesús, de la unión con Dios, en el hacer su voluta, y de la proximidad a los hermanos?
Las heridas objeto de cuidado, en este hospital, no son solo aquellas físicas y materiales, sino también las que infectan el corazón, el alma, el espíritu, la inteligencia, la voluntad.
Hablar de «hospital de campo» hace intuir la gravedad de la situación en que vive la humanidad, desgarrada por una guerra ideológica donde está en juego la verdad y la belleza misma de la imagen de Dios en el hombre, creado como hombre y mujer para reflejar la vida de comunión fecunda de la Santísima Trinidad.
Hay que decir también que la misericordia – interiorizada en la mente y en el corazón y transformada en criterio de juicio y de acción – tiene que convertirse en contaminar con realismo y visión, política, economía y derecho. Allí donde esto sucede, cambia el rostro del mundo!
En campo político, por ejemplo, la misericordia lleva a no considerar nunca nada y nadie como definitivamente perdido, sino a permanecer abiertos a la más pequeña posibilidad de cambio que se pueda intuir en cada situación, a la elasticidad de las soluciones imprevisibles, al hacerse cargo de los conflictos para transformarlos en anillo de una construcción común (cf Evangelii Gaudium, 227).
Hasta la vertiginosa y escandalosa apertura evangélica a la fuerza históricamente más eficaz, porque en ella actúa, por medio de la cruz de Cristo, la novedad de su Resurrección: la fuerza del perdón, del amor al enemigo (cf Lc 6,27).


b) Sinodalidad: aquí está la segunda palabra. «Sínodo es el nombre de la Iglesia» – ha subrayado Francisco, citando Juan Crisóstomo, en el discurso en ocasión del 50° aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos –, y dijo mejor: «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio».
Esto significa: que en la Iglesia, «como en una pirámide al revés, la cumbre se encuentra bajo de la base»; y que la «única autoridad» es la de Jesús y es «la autoridad del servicio»; que una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha: «escucha de Dios, hasta oír junto a Él el grito del Pueblo; escucha del Pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la cual Dios nos llama».[7]
Se trata de imaginar y recorrer los caminos para dar una encarnación también institucional, en fidelidad a la Tradición, a la eclesiología de comunión y del Pueblo de Dios del Vaticano II. No hay que ir con la mente, demasiado rápido o únicamente a la cuestión canónica y a la práctica procedural de los sínodos diocesanos o provinciales o de los Obispos. Sino de mirar a la sinodalidad como a un espíritu y a un estilo penetrante y permanente de ser Iglesia: donde los discípulos de Jesús “caminan juntos” entre los hombre para testimoniar la verdad, la belleza y la fuerza del adviento del Reino de Dios.
Aquí se juega una prioridad en la toma de conciencia y en el compromiso de toda la Iglesia: a partir de los Obispos y de los presbíteros, que deben de poner en marcha y guiar el proceso. En caso contrario el sujeto de la nueva etapa de la evangelización que estamos llamados a vivir (cf Evangelii Gaudium 14) no despega. Este sujeto, de hecho, es el entero Pueblo de Dios en su variedad y unidad, a través del cual Jesús resucitado manifiesta y practica hoy su exousía, su potencia y sabiduría de salvación.
La específica e indispensable autoridad apostólica ejercida por los Pastores, debe ser puesta y ejercitada al servicio de la manifestación de esta exousía del Resucitado que se hace presente, en la Iglesia, en multíplices formas: en el sensus fidei de los fieles, en los dones carismáticos que la vivifican, en la competencia para las cosas temporales de los laicos… La autoridad de los Pastores es la de promover, examinar, guiar y orientar la exousía del Resucitado en su manifestarse variado y convergente a través de los aportes irrenunciables de todos los miembros y de todos los estrado de vida en el Pueblo de Dios.
Aquí está la sinodalidad! Es un proceso de reforma – y, antes, de conversión spiritual – que requiere tiempo, paciencia, compromiso de todos, formación.
Es suficiente pensar a la figura de presbítero que este proceso y su perseverante orientación exigen: no se improvisa un presbítero capaz, con sabiduría evangélica, con capacidad de discernimiento, con autoridad de gobierno, de ser el alma y la guía de este éxodo de una forma de pensar y construir la Iglesia a otra forma, según la vocación del Pueblo de Dios. Y hacerlo en comunión con sus hermanos en el presbiterio.
Un discurso similar hay que hacerlo para la vida consagrada, los movimientos y las nuevas comunidades, el laicado y las mujeres.
Hay mucho que hacer, como ha dicho – con una punta de provocación – Papa Francisco en la carta al Card. Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para America Latina: «Recuerdo la famosa frase: “es la hora de los laicos”, pero parece que el reloj se detuvo»![8]
Es comprometedor caminar en esta dirección. Pero hay que confiar en Dios y en los dones que Él ofrece generosamente en el Pueblo de Dios.
Si ha llegado la hora de la sinodalidad, como dice el Papa, significa que el terreno está listo. Hay que tener valor y prudencia, serenidad y decisión, previsión y supervisión.

c) Pobreza. Es la tercera palabra que brota del magisterio y del testimonio de Papa Francisco: «quiero una Iglesia pobre para los pobres» (EG 197). No es pauperismo: es la verdad del Evangelio, la forma Ecclesiae desde donde resplandece, vívida y luminosa, la forma Christi.
La opción por los pobres – enseñaba Juan Pablo II – es «una forma especial de primado en el ejercicio de la caridad cristiana, testimoniada por toda la Tradición de la Iglesia»[9]. Esta opción – subrayaba Benedicto XVI – «es implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre para nosotros, para enriquecernos a través de su pobreza»[10].
También a este propósito, es un signo y un mensaje preciso lo que nos ha llegado en el mismo momento en que, elegido a la catedra de Pedro, Jorge Mario Bergoglio sintió en el corazón el llamado de asumir este nombre: Francisco. En el Concilio se había hablado de esto, con palabras vibrantes (Lumen Gentium 8), pero al final, en manera todavía marginal. Mientras Pablo VI, en la Ecclesiam Suam, al lado de la caridad como calidad específica de la Iglesia en nuestro tiempo, había querido marcar con fuerza justamente la pobreza.
Después del agudo sufrimiento de la teología de la liberación, y todavía antes y en manera decisiva a partir de la experiencia de sufrimiento y de compartir de toda la Iglesia de America Latina (y no solamente), no casualmente del primer Papa llegado “desde el fin del mundo”, a los cincuenta años del Concilio, este mensaje todavía resuena claro y fuerte.
Pero de que pobreza se trata? Fácil: la de la Iglesia “pobre” y “de los pobres”. Es decir de la Iglesia que vive la “altísima pobreza” del corazón, de la mente, de los medios, que la crucifica a la Cruz de su Señor: porque por El, a través de la Iglesia, pueda brotar en el mundo la riqueza de la gracia de Dios. La pobreza que es don de sí, amor. La pobreza que se vive en la vida de comunión de la SS.Sma Trinidad, donde – como dice Jesús – , “omnia mea tua sunt” (cfr. Lc 15, 31). La pobreza desde la cual resplandece la gloria del Dios crucificado.
Pero no solamente de la Iglesia que vive de y en esta pobreza, se trata, desenganchándose de cada idolátrica seguridad de humano poder y riqueza, más bien de una Iglesia que quiere y se hace Iglesia “de los pobres”. O sea que vive con ellos, por ellos, en ellos: en cualquier lado el estigma de la pobreza – material, moral, spiritual – afecta la carne, el rostro, el corazón del hombre. Allí es el lugar de Cristo. Allí es el lugar de la Iglesia.
También bajo este perfil la conversión y la reforma a partir del corazón están llamadas a involucrar los estilos de vida, las estructuras, las aspiraciones, los metros de juicios y los programas de la Iglesia en misión.

d) Encuentro. Papa Francisco al final, en el surco de la Ecclesiam Suam de Pablo VI, habla con frecuencia del diálogo como el camino decisivo del anuncio del Evangelio.
Hablando a los Obispos de los Estados Unidos dijo: «El diálogo es nuestro método, no por una astuta estrategia, sino por fidelidad a Él que no se cansa nunca de pasar y re-pasar en las plazas de los hombre hasta la undécima hora para proponer su invitación de amor (Mt 20, 1-16). (…) No tengan miedo de cumplir el éxodo necesario para cada dialogo autentico! De otro modo no es posible comprender las razones del otro, ni entender hasta el fondo que el hermano por alcanzar y redimir, con la fuerza y la proximidad del amor, cuenta más que las posiciones que juzgamos lejanas de nuestras si bien auténticas, certezas».[11]
Estas palabras expresan bien la conversión del corazón, de la mente y de estilo que se nos pide. Y que viene del asumir el estilo sinodal y la actitud de misericordia que cualifica la misión eclesial.
Pero Francisco utiliza a menudo también otra palabra para decir la misma cosa, quizás con un acento más rico y más concreto: “encuentro, cultura del encuentro”. Encuentro, de hecho, dice que en el dialogo estamos comprometidos con el otro, con el diverso, hacia el cual se sale para acercarnos a él, para acogerlo, para descubrirlo, para caminar junto a él y hacer algo correcto y bello juntos. Con la espera, el deseo, la alegría… aunque hay que poner en cuenta desde el inicio, que del encuentro con el otro saldrán también algunas heridas a nuestras seguridades, a nuestros acostumbrados puntos de vista. Pero en un proceso de reciproco enriquecimiento, en el cual se termina por sorprenderse de uno mismo y del otro… en la sorpresa de las sorpresas: que es el amor de Dios para todos sus hijos!
El cristianismo, al final de cuentas, es la religión que – contemplando a Dios que es Uno y Trino y es Creador – afirma que: “es bien que el otro sea!”. El Padre y el Hijo, el Creador y la creatura, el hombre y la mujer, las diferentes culturas y tradiciones... la alteridad y la diversidad, bien entendidas, no son el principio del relativo, sino del relacional, no de la anarquía sino de la armonía en la riqueza y en la alegría del Espíritu Santo. También aquí, no hay una clave para reformar la mirada y el acción de la Iglesia y volverlos más conformes a la mirada y a la acción de Jesús?
Con un ejemplo simple y claro, Papa Francisco dice: o se construyen puentes o se inalzan muros! tertium non datur. Es este el principio práctico – psicológicamente y espiritualmente flagrante – de la antropología y de la sociología cristiana en cuanto son, por definición, esencialmente y proféticamente trinitarias.
Tampoco es el caso de subrayar cuanto este principio sea revolucionario – del punto de vista religioso, pero también cultural, social, político y económico – para la contribución decisiva que la Iglesia está llamada a ofrecer, siguiendo la Gaudium et Spes y la doctrina social de la Iglesia, desde la Populorum Progressio de Pablo VI, pasando por la Caritas in Veritate de Benedicto XVI hasta la Laudato Si de Francisco, al fin de determinar las lineas-guias para el cambio de paradigma cultural total en cuya gestación hoy está comprometida la humanidad entera, sin posibilidad de prórroga.
Un paradigma que debe cambiar la manera de imaginar y de gestionar las relaciones sociales, políticas, económicas con una mirada que nace de los pobres, de los emarginados, de los descartados, de las periferias geográficas y existenciales, y de guiar y plasmar el desarrollo tecnico-scientifico según una lógica determinada por el cuidado de la “casa común”.
Sin olvidar que la cuestión hoy decisiva, como recuerda Edgar Morin, es la de “repensar el pensamiento”[12]. La cultura de inspiración cristiana y el genio pedagógico que inspira la Iglesia Católica no pueden quedarse al margen, ni deben jugar solamente de remesa en esta empresa decisiva. Se necesita una fe resuelta en la potencialidad humanística sin iguales del Evangelio, asunción responsable de una extraordinaria heredad de pensamiento y de acción, lucidez de visión y valor de emprender con responsabilidad y guiados por el Espíritu Santo, caminos nuevos y conformes al kairós de Dios en nuestro hoy.

Conclusión
Misericordia, sinodalidad, pobreza, encuentro. Son palabras que nos invitan a un examen de conciencia y a un salto de calidad.
«La reforma de la Iglesia – dijo Papa Francisco – es ajena del pelagianismo. Ella no se agota en el enésimo plan para cambiar las estructuras. Significa, en cambio, ponerse y radicarse en Cristo dejándose guiar por el Espíritu. Entonces todo será posible con genio y creatividad».[13]
En la homilía de la Santa Misa celebrada con los Cardinales después de su elección a la catedra de Pedro, el 14 marzo 2013 en la Capilla Sixtina, Papa Francisco, inspirado por la Palabra de Dios proclamada en la liturgia, ha evidenciado tres verbos de «movimiento»: «caminar, edificar, confesar».
Y concluía: «Que todos (…) tengamos el valor de caminar en la presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que ha sido derramado en la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Así la Iglesia irá adelante».

Piero Coda




[1] Papa Benedetto XVI, Discorso ai membri della Curia e della Prelatura Romana per la presentazione degli auguri natalizi, 22 dicembre 2005.
[2] Cfr. Papa Giovanni Paolo II, Lettera apostolica Novo millenio ineunte, 6 gennaio 2001, n. 1.
[3] P. Ferrara, Il mondo di Francesco, cit., p. 90.
[4] Papa Francesco, Dialogo con i Vescovi della Polonia (Krakow, 27 luglio 2016), 02.08.2016.
[5] Cfr. Discorso ai rappresentanti del V Congresso nazionale della Chiesa italiana, cit.
[6] Papa Pablo VI, allocuzione…
[7] Papa Francesco, Discorso in occasione del 50°…
[8] Papa Francesco, Lettera al Cardinal Marc Ouellet, 19 marzo 2016.
[9] Papa Juan Pablo II, Lettera Enciclica Sollicitudo rei socialis, 30 dicembre 1987, n. 42.
[10] Papa Benedicto XVI, Discorso alla Sessione inaugurale della V Conferenza Generale dell’Episcopato Latinoamericano e dei Caraibi, Aparecida 13 maggio 2007.
[11] Washington D.C. 23 settembre 2015.
[12] Cfr E. Morin, La tete bien faite.. La testa bene fatta. Riforma dell’insegnamento e riforma del pensiero, 2000.
[13] Papa Francesco, Discorso in occasione del 50° anniversario dell’istituzione del Sinodo dei Vescovi, cit.
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