El apóstol Juan escribe el libro del Apocalipsis para
consolar y animar a los cristianos de su tiempo, ante las persecuciones que en
ese momento se habían difundido. Este Libro, rico de imágenes simbólicas,
revela de hecho la visión de Dios sobre la historia y el cumplimiento final: Su
victoria definitiva sobre toda potencia del mal. Este Libro es la celebración de una meta, de
un final pleno y glorioso que Dios destina a la humanidad.
Es la promesa de la liberación de todo sufrimiento:
Dios mismo “secará toda lágrima (...) y ya no habrá muerte ni luto ni lamento
ni afán” (Ap 21,4).
“A quien tenga sed le
daré gratuitamente agua de la fuente de la vida”.
Esta perspectiva se renueva en el presente, para quien
quiera que ya haya empezado a vivir una búsqueda sincera de Dios y de su
palabra que nos manifiesta Sus proyectos; para quien siente dentro de sí sed de
verdad, de justicia, de fraternidad.
Sentir sed, estar en búsqueda, es para Dios una característica positiva,
un buen inicio y Él nos promete incluso la fuente de la vida.
El agua que Dios promete nos la ofrece gratuitamente.
Por lo tanto es una oferta no sólo para quien espera ser agradable a sus ojos
por su propio esfuerzo, sino también para quien siente el peso de la propia
fragilidad y se abandona a Su amor, seguro de que será sanado y que encontrará
así la vida plena, la felicidad.
Preguntémonos por lo tanto: ¿de qué tenemos sed? Y a
¿cuáles fuentes vamos a saciarnos?
“A quien tenga sed le
daré gratuitamente agua de la fuente de la vida”.
Quizás tenemos sed de ser aceptados, de ocupar un lugar
en la sociedad, de realizar nuestros proyectos…
Son aspiraciones legítimas, pero que pueden empujarnos
a pozos contaminados por el egoísmo, encerrados en intereses personales,
llevarnos incluso a la explotación de los más débiles. Las poblaciones que sufren por la escasez de
pozos de agua pura conocen bien las consecuencias desastrosas de la falta de
este recurso, indispensable para garantizar la vida y la salud.
Sin embargo, excavando más profundamente en nuestro
corazón, encontraremos otra sed, que Dios mismo nos ha puesto: vivir la vida
como un don recibido para donar.
Saciémonos por lo tanto en la fuente pura del Evangelio, liberándonos de
los escombros que la cubren, y dejémonos transformar a nuestra vez en fuentes
de amor generoso, acogedor y gratuito para los demás, sin detenernos ante las
inevitables dificultades del camino.
“A quien tenga sed le
daré gratuitamente agua de la fuente de la vida”.
Cuando entre cristianos realicemos el mandamiento del
amor recíproco, le permitiremos a Dios intervenir de una forma del todo
especial, como escribe Chiara Lubich:
“Cada vez que tratamos de vivir el Evangelio es como
una gota de esa agua viva que bebemos. Cada gesto de amor por nuestro prójimo
es un sorbo de esa agua. Sí, porque esa
agua está viva y es preciosa y tiene esto de especial, brota en nuestro corazón
cada vez que lo abrimos al amor verdadero hacia todos. Es una fuente -la de Dios- que dona agua en
la medida en que su vena profunda sirve para quitar la sed de los demás, con
pequeños o grandes actos de amor. Si
seguimos donando, esta fuente de paz y de vida dará agua cada vez más
abundante, sin secarse nunca.
Hay también otro secreto que Jesús nos ha revelado, es
una especie de pozo sin fondo en dónde podemos saciarnos. Cuando dos o tres se unen en Su nombre,
amándose con Su mismo amor, Él está en medio de ellos. Y entonces nos sentimos libres, llenos de
luz, y torrentes de agua viva brotarán de nuestro seno. Es la promesa de Jesús
que se realizará porque Él mismo, presente en medio nuestro, hará brotar agua
que sacia para la eternidad”
Letizia Magri.
1) En el mes de febrero proponemos esta Palabra de
Dios, que un grupo de hermanos y hermanas de varias Iglesias ha elegido en
Alemania para vivir durante todo el año.
2) Cfr. C. Lubich, La fonte della vita, Città Nuova,
46, [2002], 4, p. 7.
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