«Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos de Cristo» (Flp 2, 5).
El
apóstol Pablo escribe una carta a la comunidad cristiana de la ciudad de Filipo
mientras está en la cárcel a causa de su predicación. Precisamente él ha sido
el primero en llevar allí el Evangelio, y muchos han creído y se han
comprometido con generosidad en la nueva vida, testimoniando el amor cristiano
después de que Pablo tuvo que irse. Estas noticias le dan una gran alegría, y
por eso su carta está llena de afecto a los filipenses.
Pablo
los alienta a progresar, a seguir creciendo personalmente y como comunidad, y
para ello les recuerda el modelo del cual aprender el estilo de vida
evangélico.
«Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos de Cristo» (Flp 2, 5).
Y,
¿qué «sentimientos» son esos? ¿Cómo es posible conocer los deseos profundos de
Jesús para poder imitarlo?
Pablo
ha comprendido que Cristo Jesús, el Hijo de Dios, se vació de sí mismo y habitó
en medio de nosotros; se hizo hombre, totalmente al servicio del Padre, para
permitirnos, a nosotros, convertirnos en hijos de Dios[1].
Llevó
a cabo su misión viviendo toda su existencia de este modo: abajándose
continuamente para ponerse a la altura de los más pequeños, los débiles e
inseguros, y así aliviarlos para que se sintiesen por fin amados y salvados: el
leproso, la viuda, el extranjero, el pecador.
«Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos de Cristo» (Flp 2, 5).
Para
reconocer y cultivar en nosotros los sentimientos de Jesús, reconozcamos ante
todo en nosotros la presencia de su amor y el poder de su perdón; luego
mirémoslo a Él y hagamos nuestro su estilo de vida, que nos apremia a abrir el
corazón, la mente y los brazos para acoger a cada persona tal como es. Evitemos
cualquier juicio a los demás, y en lugar de eso dejemos que nos enriquezca lo
positivo de cada persona con quien nos encontramos, aunque esté oculto tras un
cúmulo de miserias y errores y nos parezca una «pérdida de tiempo» buscarlo.
El
sentimiento más fuerte de Jesús que podemos adoptar es el amor gratuito, la
voluntad de ponernos a disposición de los demás con nuestros pequeños o grandes
talentos, para construir con valentía y concretamente relaciones positivas en
todos los lugares donde vivimos; es saber afrontar también las dificultades,
incomprensiones y divergencias con espíritu de mansedumbre y con la
determinación de encontrar caminos de diálogo y de concordia.
«Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos de Cristo» (Flp 2, 5).
Chiara
Lubich, que durante toda la vida se dejó guiar por el Evangelio y experimentó
su poder, escribió: «Imitar a Jesús significa comprender que los cristianos
tenemos sentido si vivimos por los
demás, si concebimos nuestra existencia como un servicio a los hermanos, si
planteamos toda nuestra vida sobre esta base. Entonces habremos realizado lo
que más le importa a Jesús. Habremos comprendido el Evangelio. Y seremos en
verdad bienaventurados»[2].
LETIZIA MAGRI
[1] Cf. Ga 4, 6: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre»; y también
Jn 1, 12: «A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de
Dios»
[2] Cf. C. Lubich,
Palabra de vida, abril de 1982: comentario
a Jn 13, 14: Ciudad Nueva n.166 (1982/4), p. 26.
0 comentarios:
Publicar un comentario